El escenario es una comisaría de policía; concretamente la escena se desarrolla en una pequeña sala de la comisaría 47. Varios agentes, los mejores del equipo, esperan sentados sentados mientras su capitán continúa con la introducción desde un atril.
—Es evidente que esto nos supera—continuó el capitán después de haber dado los buenos días a su estilo “Buenos días equipo. Orden del día”—. En seguridad nacional han decidido mandarnos un equipo más acostumbrado a este tipo de situaciones.
—¿Federales?—preguntó nadie importante.
—No, no son federales y tampoco sé de dónde han salido. Un equipo de seis personas estaba llevando un caso similar en la otra costa, pero viendo lo poco que le quedaba a ese otro mal nacido para ser pillado, han decidido mandarnos a tres individuos para que nos presten una ayuda que indudablemente necesitamos.
—Yo no trabajo si no sé con quién lo estoy haciendo—habló de nuevo nadie importante, tan poco importante que ni siquiera merece la pena recalcar si se trataba del mismo don nadie o de otro distinto.
—Entonces será mejor que nos presentemos.
Todos se giraron a la puerta de la sala de reuniones, de donde procedía aquella voz grave propia de una traquea con años de tráfico tabaquero acumulados. De brazos cruzados frente a la puerta estaba lo que muchos llamarían un auténtico héroe de acción; al menos es eso lo que su aspecto clamaba. No es difícil conseguirlo: pantalones vaqueros, camiseta blanca de manga corta muy ajustada, haciendo evidente una evidente fisionomía bien musculada (por supuesto debe haber músculos que definir). Incluir una funda trasversal portando una pistola, quedando ésta en el costado, pegada a la axila, y un look de cabeza rapada lo dotan a uno del aspecto inconfundible de héroe de acción (no es necesario mentar qué modelo inspira esta descripción).
—Me llamo Max Low, podéis llamarme Max o Señor Low—se podría considerar una presentación inteligente; da opción a que haya cierta confianza en el trato directo sin dejar de lado la posibilidad de que le respeten llamándole por su apellido. Ellos eligen cómo dirigirse a el que en apariencia va a ser su jefe directo durante la operación que está a punto de comenzar y así Max Low sabe quién tiene la disciplina mínima necesaria para colaborar directamente con él.
—John McClane ha hecho aparición muchachos—dijo otro don nadie, generando risas en toda la sala.
El señor Low frunció el entrecejo.
—Tú, don nadie, fuera—gritó el señor Low.
—¿Qué?
—A la puta calle y que a los demás os sirva de advertencia. No pienso aguantar mierda de nadie. Nos han mandado para ayudar, lo último que necesita mi equipo son comentarios que puedan reducir la moral. La motivación lo es todo.
El don nadie autor del chiste si dirigió a su superior:
—Señor, ¿tiene autoridad para relegarme?
—¿Todavía sigues aquí?—continuó Low— No te dirijas a él, yo soy tu superior ahora y si digo que te largues, te largas. No tiene por qué significar que quedas apartado del caso. Es sólo un castigo, como a los niños malos. ¿Prefiere eso o un buen par de bofetadas?
—Oiga, señor, ¡esto es ridículo!—dijo el don nadie dirigiéndose de nuevo a su capitán.
—¡A la puta calle! ¡Ya!—concluyó Max Low sin dejar que una auténtica ira rodease sus palabras.
Cuando el don nadie hubo abandonado la sala, Low continuó:
—Bien, chicos, disculpad la escena. Tenéis parte de culpa por haberle reído la gracia a ese bobalicón, pero esperaré a que vosotros mismos hagáis una.
Seguidamente abrió de nuevo la puerta de la sala dejando entrar a dos mujeres. Se trataba de dos personas casi diametralmente opuestas.
Lily Carlile, rica heredera de los Carlile de toda la vida, siempre había destacado, a ojos varoniles, por sus piernas y su melena rubia. Todo largo casi hasta rozar un mágico hipnotismo cuando el conjunto estaba en movimiento y envuelto en breves y ajustados vestidos; pero cuando decidió estudiar informática, su indumentaria se había reducido a pantalones vaqueros y camisetas holgadas, recortando su melena hasta dejar en su cabeza pelos poco más largos que su dedo corazón.
Desde pequeña había sentido adoración por los ordenadores y llevó en secreto sus avanzados conocimientos hasta que llegó el momento de manifestar su orientación profesional e iniciar una carrera universitaria donde pudiese dar rienda suelta a todo lo que sabía. La explicación al cambio en su apariencia física se dio en sus propias palabras, publicadas en una breve entrevista concedida a una de tantas revistas para ricos: “Prefiero confirmar un estereotipo a ser la única excepción que lo desmiente”. Si hubo algo más que añadir se irá viendo conforme la historia avance.
En cuanto a Sandra Paris, poco se podía decir de ella. En su descripción física aparecerían conceptos como ajada, desaliñada, de baja estatura, siempre teniendo en cuenta el registro y la amabilidad de quien describiese; porque también podría decirse vomitiva, hortera, enana, qué-asco-da y la descripción sería igual de certera. Con la caspa de su cabeza envuelta en una abundante y espesa melena castaña de rizo intenso y sus gafas “de culo de vaso” queda completada la descripción física de estas dos mujeres.
No obstante el don nadie que hábilmente señaló el referente para la descripción de Max Low tuvo algo que decir cuando vio a las otras dos incorporaciones al equipo de investigación.
—¡Coño! Paris Hilton de con mi ropa vieja y un trol empollón se unen al equipo.
Cuando el nuevo equipo hubo llegado al atril Max Low volvió a dirigirse a los policías.
—Éstas son mis ayudantes: Lily Carlile, especialista en informática y en general todo lo relacionado con las nuevas tecnologías desarrolladas para el campo de las investigaciones criminales y Sandra Paris, especialista en perfiles psicológicos—aquella acotación no gustó mucho Sandra—. Las dos serán de una inestimable ayuda para atrapar a nuestro hombre.
Ciertos murmullos se formaron entre los agentes de la comisaría 47 (en adelante “peones”) tras la presentación y se vieron levemente acrecentados cando Sandra Paris se hurgó entre los dientes, comprobó lo que había sacado de allí y luego acarició su propio pelo con la misma mano.
—Y sin más dilación—continuó Max Low— prepararemos un equipo para acercarnos a la escena del último crimen, aun sin analizar.
—¡Promete ser divertido!—dijo uno de los peones.
La frase no sonó a burla y Max Low, que como dijo en su momento, opina que “la motivación lo es todo” siempre se alegrará de que los hombres bajo su mando lo pasen bien trabajando.
Aunque sea rodeados de cadáveres brutalmente asesinados.