martes, 25 de enero de 2011

02



El escenario es una comisaría de policía; concretamente la escena se desarrolla en una pequeña sala de la comisaría 47. Varios agentes, los mejores del equipo, esperan sentados sentados mientras su capitán continúa con la introducción desde un atril.
—Es evidente que esto nos supera—continuó el capitán después de haber dado los buenos días a su estilo “Buenos días equipo. Orden del día”—. En seguridad nacional han decidido mandarnos un equipo más acostumbrado a este tipo de situaciones.
—¿Federales?—preguntó nadie importante.
—No, no son federales y tampoco sé de dónde han salido. Un equipo de seis personas estaba llevando un caso similar en la otra costa, pero viendo lo poco que le quedaba a ese otro mal nacido para ser pillado, han decidido mandarnos a tres individuos para que nos presten una ayuda que indudablemente necesitamos.
—Yo no trabajo si no sé con quién lo estoy haciendo—habló de nuevo nadie importante, tan poco importante que ni siquiera merece la pena recalcar si se trataba del mismo don nadie o de otro distinto.
—Entonces será mejor que nos presentemos.
Todos se giraron a la puerta de la sala de reuniones, de donde procedía aquella voz grave propia de una traquea con años de tráfico tabaquero acumulados. De brazos cruzados frente a la puerta estaba lo que muchos llamarían un auténtico héroe de acción; al menos es eso lo que su aspecto clamaba. No es difícil conseguirlo: pantalones vaqueros, camiseta blanca de manga corta muy ajustada, haciendo evidente una evidente fisionomía bien musculada (por supuesto debe haber músculos que definir). Incluir una funda trasversal portando una pistola, quedando ésta en el costado, pegada a la axila, y un look de cabeza rapada lo dotan a uno del aspecto inconfundible de héroe de acción (no es necesario mentar qué modelo inspira esta descripción).
—Me llamo Max Low, podéis llamarme Max o Señor Low—se podría considerar una presentación inteligente; da opción a que haya cierta confianza en el trato directo sin dejar de lado la posibilidad de que le respeten llamándole por su apellido. Ellos eligen cómo dirigirse a el que en apariencia va a ser su jefe directo durante la operación que está a punto de comenzar y así Max Low sabe quién tiene la disciplina mínima necesaria para colaborar directamente con él.
—John McClane ha hecho aparición muchachos—dijo otro don nadie, generando risas en toda la sala.
El señor Low frunció el entrecejo.
—Tú, don nadie, fuera—gritó el señor Low.
—¿Qué?
—A la puta calle y que a los demás os sirva de advertencia. No pienso aguantar mierda de nadie. Nos han mandado para ayudar, lo último que necesita mi equipo son comentarios que puedan reducir la moral. La motivación lo es todo.
El don nadie autor del chiste si dirigió a su superior:
—Señor, ¿tiene autoridad para relegarme?
—¿Todavía sigues aquí?—continuó Low— No te dirijas a él, yo soy tu superior ahora y si digo que te largues, te largas. No tiene por qué significar que quedas apartado del caso. Es sólo un castigo, como a los niños malos. ¿Prefiere eso o un buen par de bofetadas?
—Oiga, señor, ¡esto es ridículo!—dijo el don nadie dirigiéndose de nuevo a su capitán.
—¡A la puta calle! ¡Ya!—concluyó Max Low sin dejar que una auténtica ira rodease sus palabras.
Cuando el don nadie hubo abandonado la sala, Low continuó:
—Bien, chicos, disculpad la escena. Tenéis parte de culpa por haberle reído la gracia a ese bobalicón, pero esperaré a que vosotros mismos hagáis una.
Seguidamente abrió de nuevo la puerta de la sala dejando entrar a dos mujeres. Se trataba de dos personas casi diametralmente opuestas.
Lily Carlile, rica heredera de los Carlile de toda la vida, siempre había destacado, a ojos varoniles,  por sus piernas y su melena rubia. Todo largo casi hasta rozar un mágico hipnotismo cuando el conjunto estaba en movimiento y envuelto en breves y ajustados vestidos; pero cuando decidió estudiar informática, su indumentaria se había reducido a pantalones vaqueros y camisetas holgadas, recortando su melena hasta dejar en su cabeza pelos poco más largos que su dedo corazón.
Desde pequeña había sentido adoración por los ordenadores y llevó en secreto sus avanzados conocimientos hasta que llegó el momento de manifestar su orientación profesional e iniciar una carrera universitaria donde pudiese dar rienda suelta a todo lo que sabía. La explicación al cambio en su apariencia física se dio en sus propias palabras, publicadas en una breve entrevista concedida a una de tantas revistas para ricos: “Prefiero confirmar un estereotipo a ser la única excepción que lo desmiente”. Si hubo algo más que añadir se irá viendo conforme la historia avance.
En cuanto a Sandra Paris, poco se podía decir de ella. En su descripción física aparecerían conceptos como ajada, desaliñada, de baja estatura, siempre teniendo en cuenta el registro y la amabilidad de quien describiese; porque también podría decirse vomitiva, hortera, enana, qué-asco-da y la descripción sería igual de certera. Con la caspa de su cabeza envuelta en una abundante y espesa melena castaña de rizo intenso y sus gafas “de culo de vaso” queda completada la descripción física de estas dos mujeres.
No obstante el don nadie que hábilmente señaló el referente para la descripción de Max Low tuvo algo que decir cuando vio a las otras dos incorporaciones al equipo de investigación.
—¡Coño! Paris Hilton de con mi ropa vieja y un trol empollón se unen al equipo.
Cuando el nuevo equipo hubo llegado al atril Max Low volvió a dirigirse a los policías.
—Éstas son mis ayudantes: Lily Carlile, especialista en informática y en general todo lo relacionado con las nuevas tecnologías desarrolladas para el campo de las investigaciones criminales y Sandra Paris, especialista en perfiles psicológicos—aquella acotación no gustó mucho  Sandra—. Las dos serán de una inestimable ayuda para atrapar a nuestro hombre.
Ciertos murmullos se formaron entre los agentes de la comisaría 47 (en adelante “peones”) tras la presentación y se vieron levemente acrecentados cando Sandra Paris se hurgó entre los dientes, comprobó lo que había sacado de allí y luego acarició su propio pelo con la misma mano.
—Y sin más dilación—continuó Max Low— prepararemos un equipo para acercarnos a la escena del último crimen, aun sin analizar.
—¡Promete ser divertido!—dijo uno de los peones.
La frase no sonó a burla y Max Low, que como dijo en su momento, opina que “la motivación lo es todo” siempre se alegrará de que los hombres bajo su mando lo pasen bien trabajando.
Aunque sea rodeados de cadáveres brutalmente asesinados.


01


El escenario es un motel de carretera. Un hombre de unos 25 años está tirado sobre la cama de matrimonio con sábanas raídas por cuenta de la casa y gotas de sangre regalo del joven. No lleva más que unos pantalones vaqueros a un par de pasos de deshacerse, dejando ver unas vergüenzas que él considera ajenas, y simplemente mira cómo los primeros rayos de sol que entran por la cortina agujereada permiten percibir cientos de motas de polvo suspendidas en el aire. Tal vez lo único que perturba esta imagen de recién despertar y calma total es el atronador volumen de la radio, donde suena algo de eso que algunos, por cosas de la edad, han convenido en llamar ruido. También hay una prostituta muerta en al cuarto de baño, pero eso no es importante.
El chico no está del todo bien. En unos minutos se mostrará soberbio y arrogante con un semejante y dicho comportamiento, por supuesto, sólo servirá para prolongar su pena.
Toc-toc toc-toc-toc. Alguien golpeó la puerta con brusquedad, esperando así poder superar el volumen de la música. Toc-toc toc-toc-toc. Atención lector, un ritmo distinto del que está siguiendo la canción en ese momento es la mejor forma de que el de dentro escuche. Toc-toc toc-toc-toc dijo la madera por tercera vez sin obtener respuesta. La puerta comenzó a tiznarse llegando el olor a quemado a la nariz del joven en la cama. Un “joder” gutural y sin fuerza salió de su boca mientras se incorporaba, se ponía una camiseta y retiraba unos tapones de sus oídos (eso es, la lección sobre el toc-toc resultó inútil en este caso, pero nunca está de más aprender algo nuevo). Hubo un fuerte crack y un puño atravesó la puerta a la altura del pomo; cuando palpando lo hubo encontrado abrió la puerta.
Entró en la habitación ese cuerpo que nos acompañará largo tiempo bajo tres mandos distintos, un cuerpo también joven en apariencia, rondando los 25 años. Las diferencias entre ambos cuerpos se aprecian en el aseo, el color del pelo y el tono de piel. Un joven delgado de melena rubia y lisa con ropas ajadas se encendió un cigarro junto a la ventana mientras miraba a otro joven de pelo corto y moreno, más corpulento, aseado y con un brazo ennegrecido tras la irrupción.
—¿Qué coño quieres?—gritó el rubio.
—Ya lo sabes—dijo el moreno mientras apagaba la radio—. Empiezo a estar cansado de perseguirte y se te acaba el tiempo.
—¿Qué tiempo viejo loco? ¿En algún momento decidí yo que iba a unirme a tu causa? O ¿cómo lo llamas? ¿Mi instrucción? ¿Eso es? ¿Vas a convertirme en un buen ser humano? ¿Crees que puedes hacerlo? ¿Qué tengo salvación?
—Claro.
— Echa un vistazo al cuarto baño.
Así lo hizo el joven moreno y vio el cadáver mencionado anteriormente, despedazado dentro de la bañera con una sierra eléctrica culminando el montón de carne. Dejó escapar una momentánea  risa a modo de suspiro y preguntó:
—¿Estaba consciente?
—Claro que sí, ¿dónde estaría la gracia si no? Es la expresión en sus caras mientras lanzan palabras de socorro y súplicas lo que lo hace tan divertido.
—Entonces es mejor que la dejes así, no sobreviviría al trauma.
—Haré lo que me apetezca, viejo. Anoche lo acabé rápido porque estaba cansado, pero desde luego quiero más.
—Con ese agujero en la puerta será más fácil que te oigan, podría venir la policía. La cosa se pondrá fea.
—¿A quién le importa una mierda?—dijo el chico rubio apagando su cigarro inacabado.
El chico moreno le miró en silencio unos segundos.
—Adiós, Ezy—dijo—. A partir de aquí está en tus manos. Si al final decides buscarme será que yo tenía razón.
—Lo que tú digas.
Cuando el joven moreno hubo abandonado la habitación, cerrando la puerta a su espalda y alejándose, echó un vistazo hacia el agujero y vio cómo Ezy usaba una sábana para rellenarlo. Unos segundos después empezaron a oírse por todo el motel los gritos desesperados de una mujer y el ruido de una sierra eléctrica.


Sesión 1

El que habla: No es que todo comenzase aquel día, pero creo que es un buen punto para empezar a contarte todo lo relacionado con los demonios.
El que escucha y de vez en cuando pregunta o dice algo: Bueno, creo que algunas cosas ya me han quedado claras.
EQH: Lo que has visto en la torre puede haberte confundido. Mejor te lo cuento todo.
Demonio es sólo una palabra que se acerca bastante a lo que eran en realidad ya que, si bien el sitio en el que habitaban no era el infierno de la biblia, sí se trataba de un inframundo; además ya viste cómo el fuego formaba parte de ellos. Demonios no es correcto, pero sirve.
EQEYDVECPODA: A mí me vale.
EQH: Bien. Creo que viste a alguno de los comandos devolver a la vida a un ser humano. Eso era posible sólo si el cerebro estaba de una sola pieza y no había sufrido muchos daños. No sabría decirte qué cantidad de daño era considerada como “aceptable” o si se trataba de alguna parte en concreto del mismo, pero alguna vez vi a Ezy devolver a la vida a un hombre con una bala en el cerebro. Tampoco importaba que la cabeza estuviese separada del resto del cuerpo, por eso a pesar de estar descuartizada Ezy pudo devolver la vida a aquella mujer en la bañera para volver a desmembrarla como había hecho la noche anterior.
EQEYDVECPODA: Aha. Cerebro intacto, de acuerdo.
EQH: O con pocos daños.
EQEYDVECPODA: Que sí, de acuerdo.
EQH: He elegido ese momento para comenzar a contarte la historia porque fue la última vez que el viejo fue al encuentro de Ezy. Luego empezaría todo el juego que él, Ezy, y Luzyus* empezaron casi a la vez en distintas partes del país.
EQEYDVECPODA: ¿Luzyus?
EQH: Al principio creí que sólo fue relevante porque su actuación sirvió para que Ezy finalmente acudiese al viejo por su cuenta, pero hizo más que eso. Luego hablaremos de él. Primero te contaré cómo organizaron su juego Ezy y otro joven demonio que consiguió convencer para llevar a cabo sus travesuras.
EQEYDVECPODA: De acuerdo.
EQH: Por cierto. Te habrás fijado que Ezy dijo “Es la expresión en sus caras mientras lanzan palabras de socorro y súplicas lo que lo hace tan divertido”. Los demonios no soportaban los gritos humanos. Usaban tapones para los oídos cuando se disponían a prolongar el sufrimiento de alguna víctima.
EQEYDVECPODA:  Qué raro.
EQH: Yo no sabría el por qué hasta más adelante, por eso mejor dejémoslo aparcado.